sábado, noviembre 27, 2004

El túnel de los carteles: Cra. 4ta, La candelaria.

Bogotá gris; gris en las miradas que chocan con el smog de la ciudad. Gris es Bogotá, gris el ambiente que se respira, gris el fétido olor a tristeza y desolación.
Las mañanas huelen a desayuno de $2.000. De nuevo hay retenes que intimidan a los caminantes de asfalto. Poco a poco, la ciudad retoma su estado; es un gran músculo latente, de nuevo inicia el incansable sístole y el diástole. Las células blancas y rojas de cuatro velocidades, inician la guerra de los mil centavos sobre sus tronos de acero, ensamblados en Sogamoso. No respetan semáforo ni hueco alguno.

Mientras tanto, los caminantes van rumbo a su trabajo como balas de AK-47. Y en un simple vistazo, se informan de los nuevos eventos, un leve eco de silencio persiste, los hace detenerse y mirar la pared. Letras amarillasrojasazulesverdesgrises, atraen la atención de estas balas caminantes, hay eventos culturales para el miércoles jueves viernes, y sábado.

Disímil de la hora pico, al furtivo empapelador le es ineludible transitar por las calles. En la mano izquierda, carga su mezcla de harina de yuca y agua, valiosa mezcla de engrudo ancestral, en la derecha, una escobilla de espuma y bajo el brazo 200 carteles enrollados. Pero antes de enfrentarse a la ciudad muerta, él se baña, se pone camisa, camisa, camisa, saco y overol, coge el balde con su pócima laboral, una escobilla y sale a trabajar, con ese brillo inconfundible en la mirada, que hace indicar que todo esta bien. La jornada comienza en la Candelaria; Callejuelas empedradas, soledad, fantasmas.

El empapelador se sumerge entre vías y con ayuda de una escobilla, pega los carteles diarios; son 50, son 100, 200 tal ves, cada uno tiene su lugar. Casas abandonadas, parqueaderos, postes, paredes rotas y malgastadas, sitios de predilección por el empapelador. Las callejuelas. La soledad. Los fantasmas y los pasos, que hacen notar el eco de una ciudad muerta.

Sin hacer el más mínimo ruido, el empapelador pega, cartel por cartel, mientras una profunda afonía se apodera de él. Se deja llevar por aquella sinfonía silenciosa, sinfonía, que se ve abruptamente irrumpida por el ruido y las luces de lo que parece ser una patrulla. ¿En que se piensa en ese momento?, ¿Los carteles? ¿El engrudo? ¿La estación de policía? Son tan solo tres segundos y el empapelador desvanece entre carteles. Se pierde. Se desaparece. Se esfuma... Como un conejo dentro del sombrero de un mago.

Esa noche no fue la mejor, sin embargo, hay los suficientes carteles, para que las balas caminantes se informen de los eventos culturales. Hay que esperar a mañana en la noche, para poder plasmar unos cuantos más.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sístole y diástole son sustantivos femeninos, por tanto: (...) la sístole y la diástole de la lluvia, etc.

Niña Ausente dijo...

Pero por supuesto mi querido Thom, voy apedirle al señor que pega los carteles en Sogamoso, el de los ovnis. Aunque confieso. No voy por Sogamoso. Creo que es mejor que tu lo atafagues un día de estos en la madrugada o en el anochecer que es la hora en que trabajan los empapeladores, para que la policía no les quite su trabajo, porque de lo contrario les toca a ellos responder con la litografía que los contrató.Este escrito es bonito porque fué una estrevista y una trasnochada con un personaje de estos, aunque confieso. Aún no le encuentro "Feeling" a la narración descrita. Voy a ponerle cabeza a ver cómo arreglarla de la mejor manera.

::Niñä Äüsëntë::